Bajo la luna (Familia Argeneau)
Libro 16º.
Argumento:
Cuando los vampiros se van de vacaciones…
Tras escapar de un matrimonio horrible, Carolyn Connor no
tiene deseos de pensar en los hombres; un juramento que está decidida a
mantener mientras esté de vacaciones en St. Lucia. Se bañará y tomará el sol
del Caribe y montones de cócteles tropicales con esas sombrillitas tan monas
junto a la piscina. No necesita compañía masculina, para nada, por muy
bronceado y musculoso que sea el cuerpo del tío.
Pero entonces Carolyn conoce a la encantadora Marguerite
Argeneau, que no goza de buena fama entre
su familia por sus poderes de casamentera…
Como todos los anteriores es divertido y ocurre muchos enredos que nos hacen reír. Y como siempre os dejo un fragmento para que os intrigue y lleguéis a leerlo.
Carolyn miró
instintivamente por encima de su hombro para ver a una pareja dejar una mesa
del piso inferior con vistas a la playa. Entonces, giró su mirada de vuelta
cuando la última palabra de Bethany se hundió en ella, pero Beth ya estaba
fuera de su taburete y abriéndose camino a través de la multitud en dirección a
los baños que estaban entre el bar/restaurante al aire libre y el elegante
comedor de al lado.
—Llevaré sus
bebidas, — anunció el camarero, recogiendo las dos copas llenas y llevándolas.
Cuando empezó a dar la vuelta alrededor de la barra, ella se puso de pie,
pensando que reclamaría la mesa, pero si Beth tardaba más de un par de
momentos, iría a ver cómo estaba.
Carolyn
comenzó a caminar, pero se mordió el labio cuando el cuarto se movió un poco a
su alrededor. Parecía que el tequila ya la golpeaba. Genial, pensó, siguiendo
cuidadosamente al camarero que se abría camino a través de la multitud.
Cuando se
detuvo de repente, echó un vistazo sobre su hombro para ver que una pareja se
había acercado a la mesa por la dirección opuesta.
—Está bien,
— dijo Carolyn al camarero. —Podemos esperar en el bar.
—No, no, no,
— dijo él sonriendo de ella a la pareja. —La mesa es de cuatro. Pueden
compartir y hacer amigos.
—Oh, no,
está bien, — dijo Carolyn, encogiéndose ante la sola idea mientras su mirada se
deslizaba sobre la joven pareja.
Ellos
parecían estar en sus veinticinco años más o menos. El hombre era de cabello y
ojos oscuros, con el buen aspecto moreno de un italiano. Él también estaba
sonriendo levemente, con un brazo posesivo alrededor de la mujer, una curvilínea
belleza de cabello castaño rojizo, que estaba mirando a Carolyn con un interés
desconcertante.
Definitivamente
de luna de miel, pensó con tristeza.
—No seas
tonta. — La mujer sonrió de repente. —Estaríamos felices de compartir. Sólo
estamos esperando a que nuestra mesa en el restaurante de al lado se habilite.
—Lo mismo
ocurre con esta bella dama y su amiga, — anunció feliz el camarero, colocando
los vasos y moviéndose para sacar una silla para Carolyn incluso cuando el otro
hombre sacó una para su esposa.
Carolyn se
rindió y dijo, —Gracias, — mientras se deslizaba en la silla.
Después de
preguntar a la pareja lo que querían, el camarero se escabulló a por su orden.
—Bueno, esto
es precioso, — dijo la mujer con un pequeño suspiro satisfecho y entonces le tendió
la mano. —Soy Marguerite Argeneau.
—Argeneau-Notte,
— corrigió el hombre con suavidad, pronunciándolo Ar-ge-neau-No-tte; la mujer
parpadeó y luego se rió con vergüenza.
—Marguerite
Argeneau-Notte, — admitió con ironía, y explicó, —Es nuevo. No estoy
acostumbrada a ello todavía.
Carolyn
consiguió esbozar una sonrisa y aceptó la mano que le ofrecía mientras la mujer
continuaba. —Y este es mi maravilloso esposo, Julius Notte.
—Carolyn
Connor. — Ella se aferró a su sonrisa cuando el hombre tomó su mano en un
agarre firme y tibio, luego se echó atrás y se aclaró la garganta. —¿Luna de
miel?
—Sí, — rió
Marguerite entre dientes. —Pero hemos estado casados durante semanas. Ya
debería haberme ajustado al cambio de nombre.
—¿Han estado
aquí durante semanas?— Preguntó Carolyn con interés.
—Oh, no.
Sólo llegamos hace un par de días, — dijo Marguerite. —Tuvimos algunos asuntos
familiares que atender en Canadá antes de empezar nuestra luna de miel.
—Oh.—
Carolyn parpadeó. —¿Eres canadiense?
—Lo soy. —
Marguerita sonrió. —¿Tú?
—Sí, de
Toronto.— Carolyn levantó su copa a sus labios, pero se detuvo y la bajó de
vuelta al pensar que tal vez sería mejor cambiar a agua o Coca-Cola Light. Ella
realmente no era una gran bebedora, y no quería acabar en el cuarto de baño
junto a Bethany. Ese pensamiento le hizo girar su mirada hacia la dirección en
la que su amiga había desaparecido mientras se preguntaba si debería ir a
comprobarla.
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