martes, 7 de junio de 2016

La dama es un vampiro.

                                                         
 La dama es un vampiro. (Familia Argeneau)

  Libro 17º. 

Argumento:
Jeanne Louise Argeneau ha soñado con encontrar a su compañero. A la temprana edad de casi ciento tres años, puede que tengan por delante una larga espera… o no. Después de ser secuestrada cuando se dirigía a casa desde el trabajo y encadenada a una cama por un hombre muy guapo, no tarda en darse cuenta de que no puede leerle la mente. Lo que significa que… posiblemente sea su compañero. Solo que este hombre solo tiene una cosa en mente para Jeanne Louise y no tiene nada que ver con la cama. Quiere ayuda para su hija de cinco años, Livy, y cree que Jeanne Louise tiene la respuesta.

Paul Jones es un padre desesperado. No puede sentarse de brazos cruzados sin intentar ayudar a Livy. Cree que ha secuestrado a Jeanne Louise con éxito, pero pronto descubre que los inmortales no son fáciles de vencer. Enseguida los tres, junto con Boomer, su perro, se ven huyendo. Cuando más tiempo pasa Paul con Jeanne Louise, mayor es la frecuencia con que ha de recordarse que su misión es por el bien de Livy… y no por su vida amorosa. Sus planes van saliendo a la perfección hasta que unos poco problemas técnicos los separan.

Otro nuevo libro de la Serie, a mi me gusto bastante esta historia que como veis va de un padre que quiere salvar a su hija sin importarle nada. ¿Quien no haría lo mismo por un hijo?.
Aquí os dejo un fragmento de este libro.


Ultimo día, Fred, —comentó Jeanne Louise, ofreciéndole una sonrisa al guardia mientras se acercaba a la estación de seguridad. El hombre mortal había trabajado en la salida de la División de Ciencias de Empresas Argeneau durante casi cinco años y ahora estaba siendo rotado a otra área para evitar que se diera cuenta de que muchos miembros del personal no envejecían. Ella extrañaría a Fred. Él había sido el rostro sonriente deseándole las buenas noches y preguntándole por su familia durante mucho tiempo.
―Sí, señorita Jeanie. Último día aquí. Estaré acomodado en uno de los bancos de sangre la próxima semana.
Jeanne Louise asintió, con su sonrisa desvaneciéndose un poco y su expresión sincera cuando dijo: —Van a tener suerte de tenerte allí. Te extrañaremos.
―También voy a extrañarlos a todos ustedes, —le aseguró solemnemente, caminando alrededor del mostrador hacia la puerta para abrírsela. Él la abrió y la sostuvo, moviéndose hacia un lado para permitirle deslizarse por allí mientras decía, ―Buenas noches, señorita Jeanie. Ahora disfrute del largo fin de semana.
—Lo haré. Tú también, ―dijo ella, sonriendo débilmente cuando la llamó señorita
Jeanie. Él siempre la hacía sentir como una niña. . . lo que era impresionante ya que él tenía sesenta años y ella era más de cuarenta años mayor que él. No es que él fuera a creerlo. Ella no aparentaba más de veinticinco años. Era una de las ventajas de ser vampiro, o inmortal, como los veteranos preferían ser llamados. Había muchos beneficios y estaba agradecida por cada uno de ellos. Pero eso no le impedía sentirse mal por los mortales, que no gozaban de esos beneficios.
Genial, un vampiro sintiendo culpa, pensó con ironía y sonrió al cliché. Lo siguiente sería estar llena de angustia, melancolía y quejándose de su larga vida.
—Sí, eso no va a pasar, ―murmuró Jeanne Louise con diversión y luego miró a su alrededor por el sonido de una piedra deslizándose sobre el pavimento. Al ver a uno de los chicos de la división de sangre entrando en el garaje detrás de ella, le ofreció una inclinación de cabeza y luego se giró de nuevo hacia delante para continuar su camino hacia su coche. Deslizándose en su descapotable, encendió el motor y rápidamente dio marcha atrás para salir del garaje, con su mente distraída considerando si debía quedarse y hacerse cargo de algunas tareas de hoy, o simplemente ir a casa a dormir.
Ese era un problema al ser vampiro, reconoció Jeanne Louise mientras giraba fuera del garaje y comenzaba a subir por la calle. Sus horas no estaban alineadas con el resto del mundo. Su turno terminaba generalmente a las 7 a.m., pero se había quedado atrás para terminar mientras los demás se habían ido. Ahora eran las 7:30, lo que significa que para realizar algunas de las tareas en las que estaba pensando, tendría que permanecer despierta durante dos horas y luego salir a esos lugares que todavía no estaban abiertos. Bajo un sol ardiente, palpitante.
Francamente, en ese momento, permanecer despierta hasta otras dos horas era un pensamiento agotador. A casa y a la cama, decidió Jeanne Louise, sujetando el volante con una mano para sofocar un bostezo con la otra mientras desaceleraba hasta parar en un semáforo en rojo.
Acababa de detenerse cuando un movimiento en su espejo retrovisor le llamó la atención. Echando un vistazo bruscamente hacia él, Jeanne Louise alcanzó a ver una forma oscura apareciendo en el asiento trasero y entonces un sonido silbante fue acompañado por un dolor repentino y agudo en su cuello.
―¿Qué mier…? —Sujetó su cuello y comenzó a girar ante el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose en la parte de atrás. Pero entonces su propia puerta estaba abierta y la figura oscura la sobrepasó para estacionar el coche.
―¿Qué? —murmuró Jeanne Louise, frunciendo el ceño ante la confusa palabra y por lo lentos que parecían de repente sus procesos mentales. Entonces el hombre la desplazó al asiento del acompañante, dejándose a sí mismo caer en el asiento del conductor. Su visión comenzó a desdibujarse; y Jeanne Louise lo vio trasladar el coche conduciéndolo nuevamente y luego perdió el conocimiento.

            

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